lunes, 22 de agosto de 2016

Juego de Tronos en su mes aniversario: 20 años de Una Canción de Hielo y Fuego


Este seis de agosto se celebró el vigésimo aniversario de la publicación original de Juego de Tronos, primer volumen de Una Canción de Hielo y de Fuego, si la misma franquicia que ha causado el fenómeno  mejor conocido como “Game of Thrones”  (o por sus siglas “GOT “por la serie hit de HBO.) Hoy es casi imposible encontrar a alguien que desconozca la opus magna de George R.R. Martin. ¿Pero cómo fue en su inicio? ¿Predecía este primer volumen el brillante futuro que  esperaba a la saga?

Es en  un 6 de agosto de 1996, que Bantam saca a la venta un libro titulado Game of Thrones. Aunque su autor George .R. Martin  goza ya de prestigio   entre los escritores de ciencia ficción, el haber escrito una obra que cae bajo el rubro de “literatura fantástica” es un desafío.   Por aquel entonces la fantasía “a lo Tolkien”  únicamente  es apreciada por una comunidad pequeña de devotos.  La fantasía en general no es parte de lo que se considera “mainestream”. Solo la consumen un puñado de lectores selectos.

Acuérdense que esos eran los días en que una tal Jane Rowling andaba de puerta en puerta, de editorial en editorial, intentando colocar su mamotreto sobre un alumno de brujería llamado Harry Potter. Aun así parecía ser un buen momento para los amantes de la fantasía épica.  Por algo las listas de bestsellers incluyen escritores como  Mercedes Lackey, Marion Zimmer Bradley y Andrez Sapowski, hoy archiconocidos como maestros del género fantástico. Por último, es en 1996 cuando  Diana Gabaldon publica Tambores de Otoño, el cuarto volumen de su saga “Outlander”, algo que en su momento yo ignoré completamente.

Lo que me apabulla es no haber sabido a fines del Siglo XX, que la Era de la Fantasía se acercaba y se anunciaba con trombones y bombos.  Revisando la lista de los más vendidos reconozco haber leído en ese año Angela´s Ashes y The Divine Secrets of the Yaya Sisterhood, pero ni me enteré que Sir Terry Pratchett sacó ese año Hogfather, otra adición al Mundodisco. Yo no sabía dónde quedaba Shannara, o quién era Neil Gaiman, y ciertamente un libro sobre un mundo ficticio donde los inviernos duraban décadas no me atraía.

Es increíble que nadie presintiera en su momento lo que significaba Juego de Tronos, tanto así que ni siquiera llegó a la cima de los bestsellers, ese honor le caería a su continuación Choque de Reyes. Ahora hasta el más ignorante de lo “fantasioso” sabe lo que es un Caminante Blanco,  como se divide Poniente,   el tamaño de un huargo, y la importancia de ser una Khaleesi. La Reina Isabel  se ha sentado en El Trono de Hierro y hasta Obama quería saber si  resucitaría Jon Snow.

Como he dicho en blogs pasados, a partir del nacimiento del “Niño que Vivió”, el mundo se enamoró de la fantasía. Aun los detractores de HarryPotter (y sus innumerables clones) ayudaron a fomentar el interés por la literatura fantástica. Esta  dejó de ser un género para niños y freaks antisociales. Pero sigo pensando que hay en la obra Martiniana “un algo” diferente que la predestinaba entonces, en ese año pre-Harry Potter, a salirse del género y pasar a ser un fenómeno de culto.

Como sabemos los troneros, Juego de Tronos es la fusión de dos historias bastantes distantes entre sí. Martin planeaba explorar un nuevo campo, el de la novela histórica. Quería escribir algo épico sobre La Guerra de las Rosas y sobre como las luchas por el poder deformaban y transformaban a quienes tomaban parte en ellas.

A medida que escribía, Ser George se encontró con obstáculos que lo llevaron a replegarse a terrenos más mágicos y familiares. La trama quedaba mejor si se la enmarcaba en un universo prodigioso gobernado  por  dioses extraños y sus aún más extraños servidores;  dotado de un clima endiabladamente complejo; y bajo una amenaza latente que iba más allá de las ansias de poder humanas, el miedo de algo no humano que podía descender sobre los hombres en esos inviernos longevos y misteriosos.

Pensándolo bien ese es el portento de la saga. El maridaje entre lo sobrenatural y lo real. Pero Martin fue más allá. Había escrito hacia poco un relato largo (una “novella” como se la conoce en inglés) sobre una princesa que criaba dragones como hijos y también soñaba con volver a su reino.  De hecho, la historia  de Daenerys Targaryen ganaría un Hugo como un relato aparte titulado Blood of the Dragon (La sangre del dragón). Lo interesante sería saber qué llevó a  Ser George a decidir que La Madre de Dragones debería ser una candidata al Trono de Hierro y que sus hijos saurios añadirían más magia a su cuento.

En su “Not a Blog”, Martin ha evocado como Jugo de Tronos obtuvo criticas (en general ,buenas) y que su venta fue “okay” ,  pero que la gira fue semi  desastrosa llegando en St. Louis, el autor,  a ahuyentar a los cuatro gatos que se atrevieron a presentarse a su charla.

 La mayoría de los artículos que celebran el vigésimo aniversario apoyan  la tesis de que la  fama de la obra Martiniana se  debe solamente a la serie de HBO. Sin desmerecer a  “Game of Thrones” que ha llevado a la saga a los cuatro puntos cardinales, tampoco quiero disminuir el poder lector que Ser George creo a base de sus tres primeros volúmenes. Por algo  la HBO se arriesgó a adaptar una  historia de envergadura tan épica que les iba a vaciar las arcas. Por algo Weiss&Benioff (que no son amigos de lo fantástico) se confesaron como devotos de la “Canción”.

¿Qué hace que gente que nunca se ha interesado en los quehaceres de Terramar, Narnia o Mundo Disco deseen saber lo qué ocurre en Los 7 Reinos? Yo ,que siempre he tenido problemas con Tolkien  y nunca pude terminar La Torre Oscura,  soy una tronera devota. Mis razones para serlo tal vez sean las del grueso del fandom: Corríjanme si me equivoco.

1.       Amo lo reconocible de su ambiente. Me entusiasma lo inimaginable que espera más allá del Muro,  todavía sueño con ir de tour a Asshai, y  me encantó esa aventura de Jorah y Tyrion por las ruinas de Valiria y el lugar destierro de Los Hombres de Piedra. Sin embargo,  lo que me hizo sentir cómoda  con el texto fue ese trasfondo familiar para una fanática de la historia medieval como lo soy yo.  
      Reconocí el  entorno artúrico de Invernalia, las leyes vikingas que gobiernan Las Islas de Hierro, los enredos Bizantinos (así con mayúscula) de una Desembarco del Rey que evocaba a la Constantinopla de Justiniano y Theodora (ahora convertida en Cersei).
(Fanpop.com)


2.       Amo la variedad de personajes y su profundidad. Ningún héroe o anti-héroe  de fantasía épica se acerca a la grandiosidad del Matarreyes,  ninguna doncella caballero presenta las torpezas, fragilidades y humanidad de Brienne, y Sam Tarly tendrá parecidos con Samsagaz, pero su personalidad es muchísimo más compleja y humana.  Mis respetos a Robert Jordan (QEPD), Patrick Rothfuss y Joe Abercrombie pero no los creo capaces de crear una Melisandre, una Sansa Stark, un Sandor Clegane o un Davos Seaworth.


¿Hay otras razones encapsuladas en Juego de Tronos que la predestinaba a ser un fenómeno literario?